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IBOLYA BARTHA | BIOGRAFÍA

Me gané a mi esposo “sin una palabra”

Me gané a mi esposo “sin una palabra”

 Viví cosas muy bonitas que me acercaron a Jehová. El amor que me mostraron los Testigos me llegó al corazón. Y la manera en la que me enseñaron las verdades de la Biblia me impresionó mucho. Me encantó saber que Dios se preocupa por la gente y que nos promete un futuro maravilloso. Pero mi esposo no se sentía igual que yo, y esto me trajo muchos problemas.

El día de nuestra boda

 Nací en Rumania en 1952. Aunque mamá era una Testigo bautizada, estaba inactiva. Así que yo nunca asistí a las reuniones. Además, en Rumania había un gobierno comunista que no permitía que los Testigos imprimieran publicaciones ni que predicaran. Por eso, para cuando tenía 36 años todavía no sabía quién era Jehová ni qué enseñaba la Biblia. Pero en 1988 pasó algo que me cambió la vida.

Una invitación que no pude rechazar

 Mi esposo, István, y yo vivíamos en la ciudad de Satu Mare. Un día mamá vino a casa y me dijo: “Voy a visitar a tu tía, ¿por qué no vienes conmigo? Después de eso, vamos de compras juntas”. Como no tenía nada que hacer, fui con ella.

 Cuando llegamos a casa de mi tía, descubrí que los testigos de Jehová estaban haciendo una reunión allí, y había nueve personas. Resulta que mamá era una Testigo activa otra vez y estaba predicando con entusiasmo. Lo que escuché esa mañana dejó una profunda huella en mí.

 Cuando se acabó la reunión, el hermano que la dirigía se me acercó y me dijo: “Soy János. Noté que estabas muy atenta. ¿Qué te pareció la reunión?”. Le dije que nunca había venido a una reunión como esta y que quería volver. Él me preguntó: “¿Te gustaría estudiar la Biblia?”. Fue una invitación que no pude rechazar. Me di cuenta de que Dios me había llevado hasta estas personas.

 Al día siguiente, János me presentó a Ida, que me empezó a dar el curso de la Biblia. Pero me preocupaba cómo iba a reaccionar István cuando se enterara de que estaba estudiando con los Testigos. Traté de hablar con él varias veces sobre el tema, pero él no me hacía caso. Sabía que a él no le gustaba lo que yo estaba haciendo.

 Aun así, seguí estudiando la Biblia y me bauticé en agosto de 1989. Cuatro meses después, cayó el gobierno comunista de Rumania y su líder fue ejecutado.

Me enfrento a la oposición de mi esposo

 Cuando cayó el gobierno, los testigos de Jehová tuvieron libertad para predicar y reunirse abiertamente. Pero en mi caso esa libertad me trajo más problemas. István me dijo: “Puedes creer lo que quieras, pero ni se te ocurra predicar de casa en casa”.

 Claro, yo no iba a dejar de predicar (Hechos 4:20). Así que traté de ser lo más discreta posible. Pero un día los amigos de István me vieron predicando de casa en casa y se lo contaron. Cuando llegué a la casa, mi esposo me gritó: “¡Eres una vergüenza para mí y para la familia!”. Me puso un cuchillo en la garganta y me dijo que me iba a matar si no dejaba de predicar.

 Intenté razonar con él y le aseguré que lo amaba. Parece que mis palabras lo calmaron..., por un tiempo. Una vez, cuando un familiar cercano iba a casarse, le dije que no iba a asistir a la ceremonia religiosa. Se puso como una fiera y me dijo cosas horribles.

 Lamentablemente, tuve que aguantar esta situación por 13 años. Durante ese tiempo mi esposo me amenazó con divorciarse. A veces, cerraba la puerta de la casa con llave y no me dejaba entrar. Otras veces, me pedía que hiciera las maletas y me fuera.

 Hubo dos cosas que me ayudaron en esta situación tan terrible. Una fue pedirle a Jehová que me ayudara a mantener la calma. De verdad sentí que él estuvo a mi lado sosteniéndome (Salmo 55:22). Otra cosa que me ayudó muchísimo fue el apoyo de la congregación. Los ancianos y algunas hermanas maduras me animaron a no dejar de servir a Jehová, a no rendirme. Ellos me recordaron que la Biblia dice que las esposas se pueden ganar a sus esposos sin una palabra manteniéndose firmes y siendo leales a Jehová (1 Pedro 3:1). Con el tiempo, eso fue lo que me pasó a mí.

Un giro inesperado

 En el 2001, István sufrió un derrame cerebral y ya no podía caminar. Pasó un mes hospitalizado y varias semanas en rehabilitación. En esos momentos yo siempre estuve a su lado. Le daba la comida, hablaba con él y me aseguraba de que tuviera todo lo que le hacía falta.

 Los hermanos de la congregación también venían a ver a István. Así vivió en carne propia el amor y el cuidado de los hermanos. Muchos de ellos se ofrecieron para ayudarnos con las tareas del hogar, y los ancianos siempre estaban allí para consolarnos y apoyarnos.

 Estas visitas conmovieron a mi esposo, y empezó a sentirse mal por cómo me había tratado. Además, vio que ninguno de sus amigos fue a visitarlo. Por eso, cuando salió del hospital, dijo: “Quiero estudiar la Biblia y hacerme testigo de Jehová”. ¡Me puse a llorar de alegría!

 István se bautizó en mayo de 2005. Como no podía caminar, los hermanos lo llevaron en silla de ruedas hasta la piscina de bautismo. Con mucho cuidado, lo cargaron y lo sumergieron para bautizarlo. Mi esposo predicaba con mucho entusiasmo. Tengo recuerdos muy bonitos del tiempo que pasé con él en la predicación. Es impresionante que el hombre que se puso en mi contra por predicar ahora estaba a mi lado hablándoles a otros de las buenas noticias con alegría.

 István llegó a amar muchísimo a Jehová y aprovechaba el tiempo para estudiar y aprenderse textos de la Biblia. Le encantaba conversar sobre estos textos con los hermanos y siempre que podía los animaba.

Con los hermanos en una asamblea regional

 La salud de mi esposo siguió empeorando. Sufrió varios derrames leves. Después de eso ya no podía hablar y quedó en cama, pero él nunca dejó de servir a Jehová. Hacía lo que podía dentro de sus circunstancias para seguir leyendo y estudiando la Biblia. Cuando los hermanos iban a visitarlo, se comunicaba con ellos con una pantalla electrónica y les fortalecía la fe. Un hermano dijo: “Me encanta visitar a István. Siempre regreso a casa superanimado”.

 Tristemente, István murió en diciembre de 2015. Esa pérdida me partió el corazón. Pero déjenme decirles algo: que mi esposo se hiciera amigo de Jehová fue lo mejor que me ha pasado, y saber que llevaba mucho tiempo siendo su amigo me dio mucha paz cuando murió. Tanto él como mamá están en la memoria de Jehová, y va a ser maravilloso abrazarlos y darles la bienvenida en el nuevo mundo que Jehová nos promete.

 Han pasado más de 35 años desde que fui con mamá a casa de mi tía. Nunca olvidaré ese día. Ya tengo más de 70 años y soy precursora regular. Creo que es la mejor manera de darle las gracias a Jehová por todo lo que ha hecho por mí (Salmo 116:12). Él me ayudó a ser leal y mantener la calma cuando mi esposo se opuso a que yo predicara. Y, a pesar de todo, aprendí que las circunstancias pueden cambiar. Aunque fue totalmente inesperado, pude ganarme a mi esposo sin decir una palabra.